El cielo abierto: Acerca de la minería

Cuándo cada una de las partes quiere galvanizar a su propia tropa una de las tareas más arduas es poder llegar a una síntesis o a una instancia superadora, pero podríamos empezar por definir algo: La relatividad de las cosas. Es inaceptable o intelectualmente deshonesto y heredero de lo peor del populismo seguidista decir: “Si el pueblo no quiere tal cosa no se hace”. Primero porque actualmente y al menos en Argentina no conozco un significante vacío más grande que la palabra Pueblo; si hace referencia al número de los movilizados por alguna causa entonces las peores tendencias represivas de la sociedad, como los que marcharon y marcharán por “meta bala al delincuente”, es plenamente el Pueblo. Ni hablar de los miles de hombres y mujeres de a pie que fueron arrastrados bajo las consignas de la burguesía y se sintieron parte de las patronales agro-financieras durante el intento de Golpe de Estado del 2008, en absoluta contradicción con sus propios intereses de clase. No existe una categoría Pueblo en si misma prescindiendo de la ideología, ese análisis flaquearía al analizar que el mismo pueblo que se movilizó bajo dictadura un 30 de marzo de 1982 y fue reprimido con ferocidad reapareció tres días después para vivar a sus verdugos exactamente en el mismo lugar, siendo presa del identitarismo tan caro y funcional a nuestras clases dominantes. Esto ya fue planteado por Marx en Miseria de la Filosofía:

En principio, las condiciones económicas habían transformado la masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha, de la cual hemos señalado algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Y los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase. [pero] Las categorías económicas son sólo las expresiones teóricas, las abstracciones de las relaciones sociales de producción.

Años después otro brillante teórico y militante como György Lukács complementaría el razonamiento de no caer en la tentación del seguidismo inmovilizante y profundamente reaccionario –a contrapelo de su pretendida defensa “del pueblo”- a todo el ámbito de la esfera de la cultura y la psicología de masas en su obra Historia y conciencia de clase:

En el caso de que la sociedad actual no pueda, como quiera que sea, ser percibida en su totalidad partiendo de una situación de clase determinada, en el caso de que incluso la reflexión consecuente, que llega hasta el fin y tiene por objeto los intereses de la clase, reflexión que se puede adjudicar a una clase, no concierna a la totalidad de la sociedad, semejante clase no puede representar sino un papel subalterno y no puede jamás intervenir en la marcha de la historia como factor de conservación o de progreso. Semejantes clases están, en general, predestinadas a la pasividad, a una oscilación inconsecuente entre las clases dominantes y las clases portadoras de revoluciones, y sus explosiones eventuales revisten necesariamente un carácter elemental, vacío y sin finalidad, y están condenadas, aun en caso de victoria accidental, a la derrota final.

Pensar en una situación histórica concreta y las fuerzas que se movilizan es inescindible de la ideología que anima a las mismas, es decir del conjunto de valores, normas y sentido común que una de ellas ha logrado imponer culturalmente a otras. Y segundo, el fetichismo de las cosas per se es mas bien propio de holgazanes políticos –si hablamos de izquierda o demócratas de izquierda- o generalmente funcional a los defensores del status quo. Entonces, consignas justas como la defensa del medio ambiente o el agua es más valiosa que el oro pierde de vista por su mismo vacío ideológico ahistórico y aparente “neutralidad” la discusión de los cómo, cuándo y porqué, donde los primeros perjudicados serán en definitiva los mismos pobladores de aquellas regiones de nuestro país que viven en sistemas económicos feudales y pre capitalistas. Este aparente radicalismo de izquierda –no curiosamente alentado por sus verdugos históricos- está encajonado y limitado por su propio análisis mecanicista acerca de la caracterización del Estado. Si todo estado es burgués y represivo por su propia naturaleza (y si tomamos los escritos de los padres fundadores como una Biblia y no como una guía para la acción es así, actitud muy poco marxista, mas bien blanquista) entonces no importan ni las contradicciones que se puedan encontrar en su seno ni las fuerzas en pugna que lo quieran dotar de un sentido u otro; ergo, todo maximalismo sería así bienvenido y revolucionario. Ese dislate, por ejemplo, ha llevado a ciertos partidos de izquierda y organizaciones indigenistas a apoyar el intento de golpe de estado policial en Ecuador por considerarlo una rebelión de trabajadores contra el gobierno pro-minero de Rafael Correa (sic). Esta izquierda vive buscando en los sujetos más inverosímiles su propio sujeto revolucionario, a contrapelo de cualquier análisis sereno de condiciones objetivas y subjetivas, de correlación de clases y de fuerzas y, sobre todo, prescindiendo de la elemental pregunta leninista: ¿Quién gana?

Por el otro lado dentro de la militancia de la coalición gobernante hay una endogamia asfixiante que, al sentirse atacada, reacciona abroquelándose sin más detrás de cualquier tipo de medida también prescindiendo de sus resultados concretos e incapaz de generar políticas propias que no sean ir a abroquelarse a su pesar junto a las transnacionales mineras depredadoras como la Barrick Gold. También aquí el fetiche de las cosas hace estragos: Si los gobiernos provinciales fueron legitimados en las urnas entonces cualquier cosa que hagan está bien. Así llegamos al extremo que todo pensamiento alternativo sea demonizado por ser funcional a los intereses del activo campo de la reacción; eso no es dar batalla y plantar cara a los que momentáneamente se retiraron de la escena en el 2001 (para reagruparse y juntar fuerzas para un nuevo asalto y colonización del Estado, como vemos ahora) por su imposibilidad de manejar la cosa pública, mas bien es actuar políticamente dentro del territorio hábilmente delimitado por los mismos. Y bien sabemos que muchos gobiernos provinciales se encuentran apegados a la actual gestión nacional solo por una cuestión táctica y no vacilarán un segundo en pasarse con armas y bagajes a quien les ofrezca algún lugar bajo el sol de sus propios intereses, que desde ya la historia ha demostrado que son absolutamente autónomos y prescindentes de las necesidades de sus propios gobernados.

Dado que la izquierda vulgar no quiere por su propia holgazanería, deficiencias ideológicas y dificultad en transmitir un sentido común y la derecha obviamente explotará cualquier cosa que estimen que horada al Gobierno, la alternativa superadora es plantar de cara a la sociedad que el modelo de federalismo mal entendido impuesto por la infausta Constitución de 1994 es absolutamente contrario al bien común. Los recursos naturales jamás pueden ser propiedad de una provincia, porque son parte del capital estratégico de toda la nación y tampoco pueden ser entregados a manos extranjeras bajo el pretexto de “los capitales que nos hacen falta”. La lógica de la ultra ganancia no se detiene en nada, ni en el medio ambiente ni en minucias como no agotar rápidamente la riqueza de la tierra a cualquier costo y teniendo una visión armonizadora del desarrollo del país. Durante años la sociedad fue convencida que nada menos que el agua -recurso que asegura la reproducción de la vida misma- estuviese en manos privadas y sin embargo esa lógica pudo ser rota con decisión (¿alguien en su sano juicio, así sea el opositor más acérrimo propone privatizarla nuevamente?). Es decir, a este gobierno siempre le fue mejor cuando fue audaz e impuso temas que aparentemente el sentido común dominante marcaba como no negociable; pero para eso es inevitable avanzar en cuestiones basales –afectando claro está los intereses personales de los feudales-, como la Reforma Constitucional y la recreación de Yacimientos Carboníferos Fiscales, una empresa estatal que vele por la utilización racional de nuestros recursos mineros y el cuidado del medio ambiente. Así como se desarrolla hoy la actividad, con lugares infranqueables hasta para el Poder Judicial, custodiados  por fuerzas de seguridad que actúan como guardia de corps de intereses privados y con una lógica extractiva y rentística, no solo quizás nos estamos comprando una bomba de tiempo sino que es un capitulo más en la primarización de nuestra economía, tanto como la soja.

Por ahora asistimos entonces a este minué falso de “Mineria Barrick Gold sí vs No a la minería (total)”. No hay que detenerse en estos neo-radicalistas que han encontrado en la causa ecologista su nuevo fetiche con el que piensan trascender el gueto ideológico paleozoico pero que jamás se imaginan a sí mismos disputando y gestionando el poder por lo que no pueden –ni quieren- presentar propuestas alternativas. Simplemente, después de aterrorizar a la población de cada lugar con imágenes extraídas de otras catástrofes ambientales en un maridaje demencial con una ONG conducida y creada por un chiflado-vivillo que cree en vida intraterrena y extraterrestre (curiosa izquierda que necesita mentir cuando se propone como la Verdad) se retirarán a sus lugares de origen felices y contentos de mantener sus almas en paz y pureza. Y de la derecha realmente existente sería de ingenuos esperar algo, así sea la mínima racionalidad.

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