Gramsci, por Eric Hobsbawm (II)

El pensamiento estratégico de Gramsci no solo está, como siempre, lleno de introspecciones históricas brillantes, sino que tiene gran importancia practica. No es que Gramsci optase por una estrategia de guerra prolongada o posicional en Occidente, en oposición a lo que él denominaba ataque frontal o guerra de maniobras, sino cómo analizó estas opciones. Sabiendo de sobra que ni en Italia ni en gran parte de Europa iba a producirse ninguna revolución de octubre a partir de comienzos de la década de 1920 -ni había perspectivas realistas de que surgiese ninguna-, obviamente tuvo que considerar una estrategia de largo recorrido. Pero no se comprometió en principio con ningún resultado concreto de la prolongada “guerra de posición” que predijo y recomendó. Esta podría conducir directamente a una transición al socialismo o a otra fase de la guerra de maniobras y ataque o a alguna otra fase estratégica. No obstante, consideró una posibilidad que pocos marxistas han abordado con claridad, es decir, que el fracaso de la revolución en Occidente podría producir a largo plazo un debilitamiento mucho más peligroso de las fuerzas del progreso a través de lo que él denominó una “revolución pasiva”. Por otro lado, la clase dirigente podría conceder ciertas exigencias para prevenir y evitar la revolución y por el otro el movimiento revolucionario podría encontrarse en la práctica (aunque no necesariamente en teoría) aceptando su impotencia y quedando desgastado y políticamente integrado al sistema. En resumen, la “guerra de posición” tenia que estar sistemáticamente concebida como una estrategia de lucha más que simplemente como algo que los revolucionarios tenían que hacer cuando no había perspectivas de construcción de barricadas. Gramsci evidentemente había aprendido por la experiencia de la socialdemocracia anterior a 1914 que el marxismo no era un determinismo histórico. No bastaba con esperar que la historia condujese de alguna manera a los trabajadores al poder automáticamente.

Gramsci insiste en que la lucha para convertir a la clase obrera en una potencial clase dirigente, la lucha por la hegemonía, se tiene que librar antes de la transición al poder´, así como durante y después de acceder a él. Pero esta lucha no es simplemente un aspecto de la “guerra de posición”, es un aspecto crucial de la estrategia de los revolucionarios en todas las circunstancias. Naturalmente la consecución de la hegemonía, en la medida de lo posible, antes de la transferencia del poder es especialmente importante en países en los que el núcleo de la clase dirigente descansa en la subordinación de las masas en lugar de hacerlo en la coacción. Este es el caso  de la mayoría de los países “occidentales”, diga lo que diga la ultraizquierda y por más que no se ponga en duda el hecho de que en el último análisis la coacción está ahí para ser usada. El problema básico de la hegemonía, considerado estratégicamente, no es cómo acceden al poder los revolucionarios, aunque esta es una cuestión muy importante. Se trata de cómo consiguen ser aceptados, no sólo como gobernantes políticos existentes e inevitables, sino como guías y lideres. Hay obviamente dos aspectos: cómo conseguir el consentimiento y si los revolucionarios están preparados para ejercer el liderazgo. Está también la situación política concreta, tanto nacional como internacional, que puede hacer que sus esfuerzos sean más efectivos o más difíciles. Los socialdemócratas alemanes de 1918 probablemente habrían sido aceptados como fuerza hegemónica pero no quisieron actuar como tal. En ello radica la tragedia de la revolución alemana. Los comunistas checos podrían haber sido aceptados como fuerza hegemónica tanto en 1945 como en 1968 y estaban dispuestos a desempeñar ese papel, pero fueron incapaces de hacerlo. La lucha por la hegemonía antes, durante y después de la transición (sea cual fuere su naturaleza y velocidad) es crucial.

La estrategia de Gramsci tiene como núcleo un movimiento de clase permanente y organizado. En ese sentido, su idea de “partido” vuelve a la concepción del propio Marx -por lo menos en la etapa posterior de su vida- del partido como, digámoslo así, clase organizada, aunque él mismo dedicó más atención que Marx y Engels -e incluso que Lenin- no tanto a la organización formal como a las formas de liderazgo y estructura política y a la naturaleza de lo que él denominó la relación “orgánica” entre clase y partido. Ahora bien, en la época de la revolución de Octubre la mayoría de los partidos de masas de la clase obrera eran socialdemócratas. Gran parte de los teóricos revolucionarios, entre ellos los bolcheviques antes de 1917, estaban obligados a pensar sólo en términos de partidos o grupos de cuadros de activistas movilizando el descontento de las masas como y cuando podían, porque los movimientos de masas o bien no estaban permitidos o eran, a menudo, reformistas. Todavía no podían pensar en términos de movimientos obreros de masas permanentes y arraigados pero al mismo tiempo revolucionarios que desempeñasen un importante papel en la escena política de sus países. La experiencia histórica italiana le había familiarizado con minorías revolucionarias que no tenían esa relación “orgánica”, sino que eran grupos de “voluntarios”  movilizando como y cuando podían “en absoluto a partidos de masas… sino el equivalente político de bandas de gitanos o nómades” [Cuadernos de la cárcel]. Gran parte de la política de izquierdas incluso hoy en día -y quizá especialmente hoy- se basa asimismo y por razones similares no en la clase obrera real con su organización de masas, sino en una clase trabajadora nominal, en una especie de visión externa de la clase trabajadora o de cualquier grupo susceptible de ser movilizado. La originalidad de Gramsci es que él era un revolucionario que nunca sucumbió a esa tentación. La clase obrera organizada tal como es, y no como en teoría debería ser, fue la base de su análisis y estrategia.

El pensamiento político de Gramsci no era solamente estratégico, instrumental u operativo. Su objetivo no era simplemente la victoria, después de la cual comienza un orden y un tipo de análisis diferente. De vez en cuando toma algún problema o incidente histórico como punto de partida y a continuación generaliza a partir del mismo, no solamente sobre la política de la clase dirigente o de algunas situaciones similares , sino sobre toda la política en general. Esto es así porque es consciente en todo momento de que hay algo en común entre las relaciones políticas de los hombres en todas las sociedades o por lo menos en una gama históricamente muy amplia de sociedades; por ejemplo, como le gustaba recordar, la diferencia entre dirigentes y dirigidos. Nunca olvidó que las sociedades son más que estructuras de dominio económico y de poder político, que tienen una cierta cohesión incluso cuando están desgarradas por las luchas de clases (un concepto que ya apuntó Engels mucho antes), y que la liberación de la explotación proporciona la posibilidad de constituirlas en verdaderas comunidades de hombres libres. Nunca olvidó que responsabilizarse de una sociedad -real o potencial- es más que cuidar de los intereses inmediatos de clase o de sección o incluso de Estado: que, por ejemplo, presupone continuidad “con el pasado, con la tradición o con el futuro”. Por lo tanto, Gramsci insiste en la revolución no simplemente como la expropiación de los expropiadores, sino también como la creación de un pueblo, la realización de una nación; como la negación y el cumplimiento del pasado. En efecto, las obras de Gramsci plantean el importante problema, que se ha debatido muy poco, de qué es exactamente lo que se revoluciona del pasado en una revolución, y qué se conserva y por qué y cómo, de la dialéctica entre continuidad y revolución. Para Gramsci esto es importante  no en sí mismo, sino como medio de movilización popular y auto transformación, de cambio intelectual y moral, de autodesarrollo colectivo como parte del proceso por el cual, en sus luchas, un pueblo cambia y se sitúa bajo el liderazgo de la nueva clase hegemónica y su movimiento.

Aunque Gramsci comparte la habitual sospecha marxista de especulaciones sobre el futuro socialista, a diferencia de la mayoría de ellos, él no busca ninguna pista del mismo en la naturaleza del propio movimiento. Si analiza su naturaleza y estructura y desarrollo como movimiento político, como partido, tan minuciosa y microscópicamente, si rastrea, por ejemplo, el surgimiento de un movimiento organizado y permanente, en oposición a una rápida “explosión”, hasta sus elementos capilares y moleculares más diminutos (como él mismo los llama) , lo hace porque ve que la sociedad futura se sustenta en lo que él denomina “la formación de una voluntad colectiva” a través de dicho movimiento y solamente a través de dicho movimiento. Porque únicamente de este modo puede convertirse una clase subalterna en una clase potencialmente hegemónica, o si se quiere, estar capacitada para construir el socialismo. Sólo de este modo puede, a través de su partido, convertirse verdaderamente en el “Príncipe moderno”, en el motor político de la transformación. Y al construirse a sí misma, en cierto sentido establecerá ya alguna de las bases sobre las que se construirá la nueva sociedad, y algunos de sus perfiles aparecerán en ella y a través de ella.

Eric Hobsbawm
Cómo cambiar el mundo
© 2011 Editorial Paidós / Crítica

El cielo abierto: Acerca de la minería

Cuándo cada una de las partes quiere galvanizar a su propia tropa una de las tareas más arduas es poder llegar a una síntesis o a una instancia superadora, pero podríamos empezar por definir algo: La relatividad de las cosas. Es inaceptable o intelectualmente deshonesto y heredero de lo peor del populismo seguidista decir: “Si el pueblo no quiere tal cosa no se hace”. Primero porque actualmente y al menos en Argentina no conozco un significante vacío más grande que la palabra Pueblo; si hace referencia al número de los movilizados por alguna causa entonces las peores tendencias represivas de la sociedad, como los que marcharon y marcharán por “meta bala al delincuente”, es plenamente el Pueblo. Ni hablar de los miles de hombres y mujeres de a pie que fueron arrastrados bajo las consignas de la burguesía y se sintieron parte de las patronales agro-financieras durante el intento de Golpe de Estado del 2008, en absoluta contradicción con sus propios intereses de clase. No existe una categoría Pueblo en si misma prescindiendo de la ideología, ese análisis flaquearía al analizar que el mismo pueblo que se movilizó bajo dictadura un 30 de marzo de 1982 y fue reprimido con ferocidad reapareció tres días después para vivar a sus verdugos exactamente en el mismo lugar, siendo presa del identitarismo tan caro y funcional a nuestras clases dominantes. Esto ya fue planteado por Marx en Miseria de la Filosofía:

En principio, las condiciones económicas habían transformado la masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha, de la cual hemos señalado algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Y los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase. [pero] Las categorías económicas son sólo las expresiones teóricas, las abstracciones de las relaciones sociales de producción.

Años después otro brillante teórico y militante como György Lukács complementaría el razonamiento de no caer en la tentación del seguidismo inmovilizante y profundamente reaccionario –a contrapelo de su pretendida defensa “del pueblo”- a todo el ámbito de la esfera de la cultura y la psicología de masas en su obra Historia y conciencia de clase:

En el caso de que la sociedad actual no pueda, como quiera que sea, ser percibida en su totalidad partiendo de una situación de clase determinada, en el caso de que incluso la reflexión consecuente, que llega hasta el fin y tiene por objeto los intereses de la clase, reflexión que se puede adjudicar a una clase, no concierna a la totalidad de la sociedad, semejante clase no puede representar sino un papel subalterno y no puede jamás intervenir en la marcha de la historia como factor de conservación o de progreso. Semejantes clases están, en general, predestinadas a la pasividad, a una oscilación inconsecuente entre las clases dominantes y las clases portadoras de revoluciones, y sus explosiones eventuales revisten necesariamente un carácter elemental, vacío y sin finalidad, y están condenadas, aun en caso de victoria accidental, a la derrota final.

Pensar en una situación histórica concreta y las fuerzas que se movilizan es inescindible de la ideología que anima a las mismas, es decir del conjunto de valores, normas y sentido común que una de ellas ha logrado imponer culturalmente a otras. Y segundo, el fetichismo de las cosas per se es mas bien propio de holgazanes políticos –si hablamos de izquierda o demócratas de izquierda- o generalmente funcional a los defensores del status quo. Entonces, consignas justas como la defensa del medio ambiente o el agua es más valiosa que el oro pierde de vista por su mismo vacío ideológico ahistórico y aparente “neutralidad” la discusión de los cómo, cuándo y porqué, donde los primeros perjudicados serán en definitiva los mismos pobladores de aquellas regiones de nuestro país que viven en sistemas económicos feudales y pre capitalistas. Este aparente radicalismo de izquierda –no curiosamente alentado por sus verdugos históricos- está encajonado y limitado por su propio análisis mecanicista acerca de la caracterización del Estado. Si todo estado es burgués y represivo por su propia naturaleza (y si tomamos los escritos de los padres fundadores como una Biblia y no como una guía para la acción es así, actitud muy poco marxista, mas bien blanquista) entonces no importan ni las contradicciones que se puedan encontrar en su seno ni las fuerzas en pugna que lo quieran dotar de un sentido u otro; ergo, todo maximalismo sería así bienvenido y revolucionario. Ese dislate, por ejemplo, ha llevado a ciertos partidos de izquierda y organizaciones indigenistas a apoyar el intento de golpe de estado policial en Ecuador por considerarlo una rebelión de trabajadores contra el gobierno pro-minero de Rafael Correa (sic). Esta izquierda vive buscando en los sujetos más inverosímiles su propio sujeto revolucionario, a contrapelo de cualquier análisis sereno de condiciones objetivas y subjetivas, de correlación de clases y de fuerzas y, sobre todo, prescindiendo de la elemental pregunta leninista: ¿Quién gana?

Por el otro lado dentro de la militancia de la coalición gobernante hay una endogamia asfixiante que, al sentirse atacada, reacciona abroquelándose sin más detrás de cualquier tipo de medida también prescindiendo de sus resultados concretos e incapaz de generar políticas propias que no sean ir a abroquelarse a su pesar junto a las transnacionales mineras depredadoras como la Barrick Gold. También aquí el fetiche de las cosas hace estragos: Si los gobiernos provinciales fueron legitimados en las urnas entonces cualquier cosa que hagan está bien. Así llegamos al extremo que todo pensamiento alternativo sea demonizado por ser funcional a los intereses del activo campo de la reacción; eso no es dar batalla y plantar cara a los que momentáneamente se retiraron de la escena en el 2001 (para reagruparse y juntar fuerzas para un nuevo asalto y colonización del Estado, como vemos ahora) por su imposibilidad de manejar la cosa pública, mas bien es actuar políticamente dentro del territorio hábilmente delimitado por los mismos. Y bien sabemos que muchos gobiernos provinciales se encuentran apegados a la actual gestión nacional solo por una cuestión táctica y no vacilarán un segundo en pasarse con armas y bagajes a quien les ofrezca algún lugar bajo el sol de sus propios intereses, que desde ya la historia ha demostrado que son absolutamente autónomos y prescindentes de las necesidades de sus propios gobernados.

Dado que la izquierda vulgar no quiere por su propia holgazanería, deficiencias ideológicas y dificultad en transmitir un sentido común y la derecha obviamente explotará cualquier cosa que estimen que horada al Gobierno, la alternativa superadora es plantar de cara a la sociedad que el modelo de federalismo mal entendido impuesto por la infausta Constitución de 1994 es absolutamente contrario al bien común. Los recursos naturales jamás pueden ser propiedad de una provincia, porque son parte del capital estratégico de toda la nación y tampoco pueden ser entregados a manos extranjeras bajo el pretexto de “los capitales que nos hacen falta”. La lógica de la ultra ganancia no se detiene en nada, ni en el medio ambiente ni en minucias como no agotar rápidamente la riqueza de la tierra a cualquier costo y teniendo una visión armonizadora del desarrollo del país. Durante años la sociedad fue convencida que nada menos que el agua -recurso que asegura la reproducción de la vida misma- estuviese en manos privadas y sin embargo esa lógica pudo ser rota con decisión (¿alguien en su sano juicio, así sea el opositor más acérrimo propone privatizarla nuevamente?). Es decir, a este gobierno siempre le fue mejor cuando fue audaz e impuso temas que aparentemente el sentido común dominante marcaba como no negociable; pero para eso es inevitable avanzar en cuestiones basales –afectando claro está los intereses personales de los feudales-, como la Reforma Constitucional y la recreación de Yacimientos Carboníferos Fiscales, una empresa estatal que vele por la utilización racional de nuestros recursos mineros y el cuidado del medio ambiente. Así como se desarrolla hoy la actividad, con lugares infranqueables hasta para el Poder Judicial, custodiados  por fuerzas de seguridad que actúan como guardia de corps de intereses privados y con una lógica extractiva y rentística, no solo quizás nos estamos comprando una bomba de tiempo sino que es un capitulo más en la primarización de nuestra economía, tanto como la soja.

Por ahora asistimos entonces a este minué falso de “Mineria Barrick Gold sí vs No a la minería (total)”. No hay que detenerse en estos neo-radicalistas que han encontrado en la causa ecologista su nuevo fetiche con el que piensan trascender el gueto ideológico paleozoico pero que jamás se imaginan a sí mismos disputando y gestionando el poder por lo que no pueden –ni quieren- presentar propuestas alternativas. Simplemente, después de aterrorizar a la población de cada lugar con imágenes extraídas de otras catástrofes ambientales en un maridaje demencial con una ONG conducida y creada por un chiflado-vivillo que cree en vida intraterrena y extraterrestre (curiosa izquierda que necesita mentir cuando se propone como la Verdad) se retirarán a sus lugares de origen felices y contentos de mantener sus almas en paz y pureza. Y de la derecha realmente existente sería de ingenuos esperar algo, así sea la mínima racionalidad.

Nacer, vivir y morir comiendo basura

Sólo por nuestro amor a los desesperados conservamos todavía la esperanza
Walter Benjamín

Esa gente joven que hemos visto en televisión no querían cambiar el mundo.
Lo que quieren es volver a entrar al mundo.
Y los mayores sólo quieren regresar a un trabajo decente
Carlos Auyero

 

Nota del autor: Este post fue escrito en otro blog hace casi un año atrás, poco días después de cometida la masacre de José León Suarez. Lo transcribo en un modestísimo homenaje a las víctimas directas, a sus familiares que aun esperan justicia y a todos mis compatriotas de la Argentina invisible.

 

Una vez más, el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires -encarnado para la ocasión por su no jefe Daniel Scioli y su ministro de inseguridad, el ex candado del Servicio Penitenciario Ricardo Casal- y su brazo legal armado la Maldita Policía, se han cobrado la vida de dos jóvenes, Franco Almirón de 17 años y Mauricio Ramos, de 16. Según todos los indicios y presunciones fueron virtualmente ejecutados desde corta distancia por las escopetas calibre 12/70 de los Patas Negras. Ricardo Casal, que representa a la Policía ante el Gobierno Provincial y no al revés como debería ser la lógica, salió presuroso a refrendar la versión de la misma: Una banda armada -de la que no se tiene constancia ni se sabe quienes la integran- que supuestamente se dedica a descarrilar formaciones de tren para robar su contenido y que los uniformados no tuvieron otra opción que defenderse dado los disparos de armas de fuego que habían impactado sobre los móviles policiales, siendo que hasta el momento de escribir este post no han podido mostrar una sola foto que lo corrobore.

Franco y Mauricio eran dos pibes viviendo bajo todos los fuegos cruzados posibles: El de la pobreza extrema, la marginación social, la falta de estudios y trabajo, la persecución de la Policía por portación de rostro por un lado y la de los traficantes de substancias prohibidas por las autoridades sanitarias competentes por el otro. Casi como decir que sus futuros tenían la marca de la muerte desde que nacieron; su única dispensa gratuita era que los dejen revolver basura en el CEAMSE durante una hora y media para tratar de obtener alguna fruta en no tan mal estado o latas de alimentos vencidos que los supermercados vierten allí para llevar algo a sus casas para comer. Nunca conocieron ni les permitieron conocer otra cosa, ni siquiera en su familia conservan la memoria histórica de lo que es tener un trabajo formal, porque deben ser la tercera generación de desocupados crónicos que el modelo neoliberal implantó a sangre y fuego durante la dictadura y fue abrochado con moño de oro durante el menemato, cuando el Conurbano Bonaerense –con la complicidad y/o aquiescencia del ejecutivo provincial y los ejecutivos municipales- fue transformado en un gigantesco Soweto. El bestial accionar policial no es fruto de ningún desborde o descontrol; es parte intrínseca y ejecutora del modelo que el Gobernador Scioli –y tantos otros políticos, para ser justos- pretende y quiere para la Provincia. Donde tendría que haber asistentes sociales, hay uniformes; donde tendría que existir la presencia del Estado para contener, dar comida y servicios sanitarios, sólo se hacen presente las balas, contrariando el modelo de inclusión y de la resolución amistosa y consensuada de los conflictos que baja desde el Gobierno Nacional.

Mas allá de ser un sistema intrínsecamente injusto por su propia naturaleza predatoria y darwiniana, el capitalismo ha llegado a un estadío superior en su perversa lógica: Si durante muchos años se dijo que se necesitaba un “ejército de reserva” de desocupados para presionar a la baja a los salarios, hoy ni siquiera eso; directamente, hay gente que sobra porque ni siquiera califica como reservista, que es alguien que ha recibido instrucción en algo y que prestamente puede ocupar el lugar del despedido. ¿Y qué se hace con lo que sobra? Daniel Scioli –la gran esperanza blanca de los grandes grupos empresarios- tiene la respuesta. No es cuestión de nombres, no es Casal ni su pasado como penitenciario ni su manera de (no) pensar; con el ex fiscal Stornelli pasaba exactamente lo mismo. Es en la propia política e ideología del Ejecutivo Provincial donde se deben buscar las respuestas cuando se producen estos trágicos sucesos de tanto en tanto. Y más grave aún: De seguir el Estado Provincial pretendiendo resolver violentamente las contradicciones que sus propias políticas de inacción social provocan, estará incubando una bomba de tiempo que no tardará mucho en estallar; hace un tiempo, el filósofo José Pablo Feinmann publicó un relato ficcional acerca de un levantamiento masivo de los Condenados de la Tierra, hartos de todo hartazgo. Con las valientes excepciones del Chino Navarro, Emilio Pérsico y Edgardo De Petri [*] nadie desde el oficialismo provincial salió a repudiar los crímenes ni a apuntar al problema real que aqueja a vastos sectores juveniles del Conurbano; nada sorprendente por otra parte en políticos pequeños-pequeños que sea por omisión, porque están de acuerdo o simplemente por lo señalado certeramente por De Petri. Pero sí es doloroso comprobar como en la bloguería nac & pop el tema fue olímpicamente ignorado, con un par de excepciones apenas.

Apoyar un proyecto no debería implicar bancar crímenes; si se piensa que no hablar de esto ayuda al Gobierno Nacional en algo para su futura performance electoral a fines de este año no sólo es un cálculo erróneo, sino que ya entra lisa y llanamente en el terreno de la hijoputez.

[*] A los que hoy -y valientemente dada su investidura y los que conflictos que seguro le va a ocasionar- se les ha sumado el vicegobernador de la Provincia, Gabriel Mariotto.

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