Una reescritura de la historia en clave de olvido

-Bordenave es una cobra con cédula –comenta Lomuto en su infatigable asociación libre- pero dice cosas muy ciertas. Esperá, no tomes este que esta muy lavado… –y se agacha para recoger yerba y arreglar el mate-. Es un escéptico profesional y por eso mismo la pega. Como cuando dice que quienes de verdad ganaron esta guerra fueron las Academias Pitman con sus “triunfadores del mañana”. Cuándo dice –se ríe y escupe la primera chupada del nuevo mate- que hay una subcultura exitista que es la contracara de la derrota y esa subcultura ha inficionado a la izquierda, al peronismo, a los tipos que antes predicaban la guerra popular y ahora le chupan los huevos a los radicales, ¿Eh? Subcultura clasemediera, claro, pero eficaz; la que te venden con celofán los Predicadores del Arrepentimiento. O sea: el Che fue un boludo porque lo mataron. Como si no lo hubieran cagado a San Martín, a Bolívar, a tantos.... –Se detiene, otea el horizonte casero, parece olfatear mas que escuchar- Pará que no lo oigo… ¿Que decís, vieja…? Sí, Sergio se queda a comer. ¿Cómo? Sí, ahora me visto y voy (…) –le sonríe a Sergio- Viste como rompe las bolas, ¿no? Mi vieja no es posmodernista. El pueblo es conservador mi estimado, pero por eso rompe todo cuándo no hay mas remedio y deja atrás a los mas bravos (de boquilla) de la zurda. Pero ese es el tema que hay que masticar mi estimado, el tema de la derrota. ¡Qué digerido, ni siquiera lo tenemos masticado!

Sentado en su silla de paja, alargando la mano hacia el mate caliente que le acerca el Pelado Lomuto, Sergio escucha la perorata del amigo y trata inútilmente de meter la cuchara, para acercarlo al tema que le interesa:

-Por eso yo quiero…

Lomuto no lo escucha. Se rasca una picadura de mosquito en el tobillo y sigue hablando:

-Es que todos estos hijos de puta tienen una visión pigmea de la historia. Una visión acorde con sus pequeñas vidas personales. Esos boludos sólo saben interpretar la historia de cámara, no la historia sinfónica, ¿Me seguís? Son cortoplacistas. Y la historia es en cómodas cuotas. Por eso pueden estar con Pol Pot o con Reagan, porque Pol Pot y Reagan son las dos caras de la medalla del pequeño burgués. Y muchos de esos turros que gritaban “liberación” hace diez años, ahora gritan “democracia”, porque en el medio estuvo la derrota del campo popular, que no es su derrota. Porque, mirá bien lo que te digo: Toda esa clase media radicalizada de los sesenta y setentas quería estar en la cresta de la ola y ahora también. Cambiaron de verso, no de posición. La posición es la misma, encaramarse. Así que yo no les admito a ellos que hablen de derrota. La derrota es nuestra, del pueblo y de nuestros muertos. No de los maricones que siempre le sacan el culo a la jeringa, ¿Me explico?.

(Un pasaje de la novela de Miguel Bonasso La memoria en donde ardía – El Juglar Editores, 1990, ISBN 950-9852-31-8, páginas 58, 59 y 60)

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José Natanson debe ser uno de los periodistas mas alabados en la blogósfera nac & pop ecuánime. Es más, insospechadamente, hasta algunos blogs de la derecha peronista que tratan malamente de disimular su anti-kirchnerismo militante –originado a mi juicio en viejos rencores no suturados de aquellos años de intensas pasiones en que la Tendencia desafió casi hasta hacer temblar el hegemonismo de la Burocracia- lo rescatan para contraponerlo a la figura de Horacio Verbitsky, que no les cae en gracia –no precisamente porque escriba mal o tire data errónea- porque representa aquello tan odiado. En lo personal, suelo leer con interés sus notas, aunque siempre me hace algo de ruido esa postura constante que asume de equilibrio y distanciamiento, casi hasta el borde de la impostación.

En estos días estuve releyendo una nota dedicada con motivo del primer aniversario del fallecimiento del ex presidente Raúl Alfonsín, donde escribió lo siguiente casi como una separata de la nota principal y que me gustaría desmenuzar un poco. Leemos:

“(…) la reescritura de la historia es un recurso válido y hasta legítimo para defender las posiciones del presente. El kirchnerismo, de hecho, lo hace permanentemente: buena parte de su discurso descansa en la idea de su gestión como una reforma –incluso una gesta– reparadora de los puntos oscuros del pasado, desde los crímenes de la dictadura hasta la entrega neoliberal de los ’90 (en este sentido es interesante poner en cuestión –habrá que hacerlo con más calma en otro momento– el discurso oficial que equipara neoliberalismo con dictadura, cuando en verdad el gobierno autoritario sólo dio los primeros pasos de una reforma neoliberal que se procesó de manera perfectamente democrática; en Argentina, como en todos los países latinoamericanos salvo Chile, el neoliberalismo fue un movimiento popular y no una imposición de los militares)”.

Es un párrafo de extraordinario valor para entender como cierto escamoteo histórico de nuestro pasado reciente prefigura y conceptualiza el presente, descontextualizándolo de su necesario continuum. Es verdad que el gobierno autoritario sólo dio los primeros pasos de una reforma neoliberal si lo pensamos únicamente desde el punto de vista técnico; no haber privatizado las empresas estatales -medida estrella que figura en el ABC del manual del credo- es una muestra. Pero lo que se omite –y no por error- es que la reforma conservadora de los ‘90 no hubiese sido posible sin el cambio radical vía terror y masacre que la dictadura operó sobre la concepción ideológica de la sociedad argentina y su estructura de clases. No fue “un primer paso”, como inocentemente se plantea; por el contrario, podríamos decir sin exageraciones que fue el ground zero sobre el que se reconstituyeron todas las variables políticas y sociales.

Desde el golpe de la Fusiladora del ‘55, el establishment intentó vanamente durante los 18 años de proscripción de las mayorías populares imponer su modelo de país; la tenaz resistencia de los sectores obreros, potenciados a partir de la segunda mitad de la década del 60 al sumárseles amplios sectores radicalizados de la clase media –que hasta allí habían fungido como custodios y propagandistas del santo grial conservador- hizo imposible tamaña misión, no solo porque intentaba atacar una sólida y disciplinada estructura de sindicatos y asociaciones populares que imaginativamente implementaron diversos medios de lucha, sino porque también arremetía contra valores fuertemente instalados en el imaginario colectivo.

El peronismo fundacional –le guste a quien le guste- estableció valores que durante muchos años pasaron a formar parte del imaginario colectivo: Jubilaciones, paritarias, salud pública, pleno empleo, movilidad social y –muy especialmente- educación pública de calidad y al alcance de todos, valor sobre el que muy probablemente se recostaran el resto de las variables. No esta demás recordar que el nombre original de la actual Universidad Tecnológica Nacional era Universidad Obrera, orientada a que justamente los hijos del naciente proletariado industrial recibieran formación técnica profesional y -en el país de entonces con fuerte acento en la industria- de esta manera cumplir el sueño inmigrante, aquello de m’hijo el dotor. Es mas, para garantizar que fuese usada verdaderamente por sectores obreros, no existía el turno mañana y cada alumno debía presentar un certificado donde acreditase que trabajaba en algún lado. Y todo ese imaginario fue necesario destrozarlo a sangre y fuego para que dejase de serlo.

Natanson recurre a la década del ‘90 y al menemismo –verdad que votado masivamente- para asegurar aquello de “en Argentina, como en todos los países latinoamericanos salvo Chile, el neoliberalismo fue un movimiento popular y no una imposición de los militares”; y es un dato innegable de la realidad que fue votado por amplias mayorías, ese curioso maridaje no del todo estudiado entre clases dominantes y sectores pauperizados. Pero ese “movimiento popular” no fue algo espontáneo ni descontextualizado del pasado de terror sobre el que se asentó la recuperación democrática de 1983. No fue impuesto y desarrollado por algún hombre de jinetas, pero estos sí establecieron los límites al que cualquier gobierno democrático desde entonces se tenia que ceñir.

Uno de los debes que se deberían anotar en la cuentas de los organismos de derechos humanos es haber escamoteado lo que había detrás de cada desaparecido o asesinado, en especial –a contrapelo de lo que el común de la gente piensa- que el 60 por ciento de aquellos pertenecieron a la clase obrera –y no a una clase obrera en sí, sino para sí- y no a sectores universitarios y/o de clase media. Comisiones Internas clasistas de grandes fábricas arrasadas por la represión cortaron de raíz toda posibilidad de pensar un modelo de país que excediese el marco de lo meramente reivindicativo, situación que entroncaba perfectamente –y fue funcional a- con la estrategia de la burocracia sindical y sus prebendas. Este faltante de cuadros con conciencia de clase posibilitó en buena manera la mansa entrega de las organizaciones sindicales manejadas por la Burocracia a los designios de sus históricos enemigos, mas allá de resistencias aisladas que no por valiosas se demostraron absolutamente inútiles para detener el vendaval neo-conservador. Para entenderlo mejor, citamos un profético texto de Rodolfo Walsh:

"Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores, la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas."

Por eso todo el razonamiento de Natanson –al que adhiere buena parte del kirchnerismo cool de la blogósfera y de ahí su “error”- parte de negar que la masacre y sus huellas tanto reales como psicológicas hayan tenido algo que ver con la conformación de la Plaza del Sí y la adopción del credo liberal. Algunos inclusive van mas allá y señalan que el menemismo simplemente acompañó los nuevos vientos de la historia, como si esta no fuese algo dinámico y con actores de carne y hueso que pudiesen torcerla para un lado u otro. Un pueblo exhausto por las híper-inflaciones de fines de los ‘80 y principios del ‘90, formateado en el terror de no cruzar ciertos límites porque el golpe podía estar a la vuelta de la esquina –alimentado por ese tan desgraciado Alfonsín del Felices Pascuas- y, como se dijo a lo largo de este post, con la ausencia forzada de cuadros que dirigieran las luchas contra la restauración de la Argentina primarizada fueron el campo fértil sobre el que se pudo desarrollar ese mal llamado “liberalismo de masas”, es decir, su condición necesaria y excluyente.

Para quien esto escribe, no existen decisiones electorales que sean químicamente puras o que nazcan de un sesudo análisis de pros y contras. Si fuese así, las clases dominadas jamás podrían votar a sus verdugos y daríamos por cierto que existe eso que los horroriza tanto –o lo consideran demodé- llamado conciencia de clase. Y no es el caso.

El mito de convencer a todos



"La victoria sobre el elemento reaccionario está asegurada si se toman
las cosas por la raíz, si se es consciente de su proceso contradictorio.
Si se procede de otra manera, se aboca ineluctablemente a las posiciones
mecanicistas, economicistas y metafísicas;dicho de otro modo, al desastre".

Wilhelm Reich - La psicología de masas del fascismo


La escena es repetida: cualquiera que trabaje en una empresa o sector de la misma donde predominan los wannabe de clase alta, es decir los clase media que sueñan y sueñan con lo que nunca serán, lo sufre todos los días laborales. Es ese sector irreductiblemente inmune a cualquier medida que tome el actual Gobierno Nacional, así sea en su propio beneficio; comentarios racistas ("le van a dar LCD's a los negros"), burlas generales a la Presidente, de todo tipo ("ja, ¿viste como la gastó Obama en la última cumbre del G-20?, la boluda se creyó que era en serio"), comentarios apocalípticos sin ningún argumento anclado en la realidad ("esto se va todo a la mierda") y una larga lista de etcéteras.

Se torna prácticamente imposible entablar un diálogo medianamente coherente, ni aún con paciencia y buena voluntad, mostrando cifras como la relación entre deuda y PBI por citar una sola. Ávidos lectores de tapas de diarios y solapas de libros, creen poseer un saber superior que uno, pobre tonto en el mejor de los casos o sospechoso de recibir alguna prebenda oficial en el peor, no podrá jamás alcanzar. Preocupadísimos por la falta en el mercado de teléfonos móviles BlackBerry, generan escenas dignas de una película de Buñuel como la que me tocó presenciar dias pasados: Una compañera se compró un móvil Samsung de los que se están ensamblando en Tierra del Fuego y al segundo día de uso no le andaba la radio; el muchachito que hace como que se encarga del mantenimiento de la red en la empresa, después de mirarlo y toquetearlo un poco le dijo sonriendo irónicamente "Vas a tener que llevarlo al service, es un teléfono trucho de estos que hace Cristina, ja" (sic). Y no era ningún problema para service: Está programado en Java, así que reseteando la aplicación todo volvió a la normalidad en segundos (lo mismo puede pasar con un móvil fabricado en Holanda, EEUU, Corea o Marte). Hablados por los grandes medios de la derecha, estos aldoriquistas de nuevo cuño han desterrado para siempre la palabra duda de su diccionario personal.

Sin embargo en cierto sector del universo nac & pop, seguidista hasta la exasperación, ha prendido el concepto contrafáctico -nunca refrendado por la historia- de que por alguna magia extraña es posible convencer a todos de ir en determinada dirección, por lo que no habría que "confrontar" desestimando insensatamente de un plumazo que en toda sociedad capitalista las tensiones y confrontaciones son parte constitutiva de la misma. En la misma linea podríamos citar el risible "todos tenemos que ser de clase media" como he leído de cierto reputado bloguero, como si en una sociedad de clases eso fuese posible. Hay un porcentaje no desdeñable de nuestra sociedad -de cualquier sociedad- que jamás verá con buenos ojos o al menos con cierta indulgencia todo proceso que conlleve mejoras para los más desposeídos y esto llega al paroxismo hasta de criticar beneficios para si mismos, como el subsidio al transporte público que utilizan o a los servicios de luz y gas. Irónicamente serán los primeros en protestar e insultar si el Gobierno Nacional decidiera quitarlos. En este sentido y paradójicamente creen, al igual que los trotskistas, que el economicismo rige de forma inexorable y determinante los comportamientos de cada ser humano.

Argentina jamás tendrá una "Comunidad Organizada". El propio Perón lo pudo experimentar en carne propia una vez que la reacción pudo organizarse para sacarse a la negrada de encima. Y con un país que tenía por entonces los más altos índices de ocupación, bienestar general, seguridad y movilidad social.


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